Page 10 - Revista6_MdBem_pliegos
P. 10

MUERTE




                        DE UN PÁJARO                                                                                                 LA CASA MATERNA







                                                                                                                                Hay,  desde  la  entrada,  un
       Él estaba pálido y sus manos temblaban. Sí, él estaba con  dura llegarían hasta él riendo risas francas y, con brazos    sentimiento  de  tiempo  en
       miedo porque era todo tan inesperado. Quiso hablar, y  afables, irían todos a beber manzanilla en una tasca cual-        la casa materna. Las rejas
       sus  labios  fríos  mal  pudieron  articular  las  palabras  de  quiera y cantarían canciones de cante-hondo hasta que   del portón tienen una bella
       pasmo que le causaba la vista de todos aquellos hombres  la noche viese resguardar sus cuerpos borrachos en su           herrumbre  y  el  picaporte
       preparados para matarlo. Había estrellas infantiles para  negra, maternal mantilla.                                      se oculta en un lugar que
       balbucear preces matutinas en el cielo delicuescente. Su                                                                 sólo la mano filial conoce.
       mirar se elevó hasta ellas y él, menos que nunca, com-  Las  órdenes,  entretanto,  fueron  rápidas.  El  grupo  fue     El  jardín  pequeño  parece
       prendió la razón de ser de todo aquello. Él era un pájaro,  llevado, a culatazos y empujones, hasta la zanja común       más  verde  y  húmedo  que
       nacido para cantar. Aquella madrugada que centelleaba  abierta, y los nudosos cuellos pendieron en el desaliento         los demás, con sus palmas,
       para presenciar su muerte, ¿no había sido ella siempre  final. Labios se partieron en adioses, murmurando ave-           con  sus  tinhoroes  y  hele-
       su  gran  amiga?  ¿No  permanecía  ella  tantas  veces  para  marías y consuelos. Sólo su cabeza se movía para todos     chos, que la mano filial, fiel
       escuchar sus canciones de silencio? ¿Por qué lo habían  los  lados,  en  un  movimiento  de  búsqueda  y  negación,      a un gesto de infancia, des-
       arrancado de su sueño poblado de aves blancas y hecho  como el del pájaro frágil en la mano del trampero cruel.          hoja a lo largo del tallo.
       andar en medio de otros hombres de barba ruda y ojear  La sangre le cantaba en los oídos, la sangre que fuera la
       oscuro?                                              savia más viva de su poesía, la sangre que tenía vista y            Es  siempre  quieta  la  casa
                                                            que no quisiera ver, la sangre de su España loca y lúcida,          materna, asimismo los do-
       Pensó en huir, en correr temerariamente hacia la aurora,  la sangre de las pasiones desencadenadas, la sangre de         mingos, cuando las manos
       en batir alas inexistentes hasta volar. Escaparía así de la  Ignacio Sánchez Mejías, la sangre de bodas de sangre, la    filiales  se  posan  sobre  la
       fría saña de aquellos cazadores malos que lo confundían  sangre de los hombres que mueren para que nazca un              mesa  abundante  del  al-
       con un milano, él cuya única misión era cantar la belleza  mundo  sin  violencia.  Por  un  segundo  le  pasó  la  visión   muerzo,  repitiendo  una
       de las cosas naturales y el amor de los hombres; él, un  de sus amigos distantes, Alberti, Neruda, Manolo Ortiz,         antigua  imagen.  Hay  un
       pájaro inocente, en cuya voz había ritmos de danza.  Bergamín, Delia, María Rosa —y mi propia visión, la de              tradicional silencio en sus
                                                            un poeta brasileño que había sido como un hermano suyo              salas y un dolorido reposo
       Mas  permaneció  en  su  atonía,  sin  creer  bien  que  todo  y que de él iría a recibir el legado de todos esos amigos   en sus poltronas. El suelo
       aquello estuviese aconteciendo. Era, por cierto, un malen-  ejemplares, y que con él había pasado noches para tocar      encerado, sobre el cual to-
       tendido. Dentro de poco llegaría la orden para soltarlo y  guitarra, para intercambiarse canciones pungentes.            davía  se  desliza  el  fantas-
       aquellos mismos hombres que lo miraban con ruin cata-                                                                    ma de la cachorrita negra,
                                                                                Sí, tuvo miedo. ¿Y quién, en su lu-             guarda  las  mismas  man-
                                                                                gar, no lo tendría? Él no nació para            chas  y  el  mismo  tarugo
                                                                                morir así, para morir antes de su               suelto de otras primaveras. Las cosas viven como en pre-  la memoria. Abajo hay siempre cosas fabulosas en el re-
                                                                                propia muerte. Nació para la vida               ces en los mismos lugares donde las situaran las manos  frigerador y en el armario de copa: roquefort aplastado,
                                                                                y sus dádivas más ardientes, en un              maternas cuando eran mozas y lisas. Rostros hermanos  huevos  frescos,  mangos-espadas,  untuosas  compotas,
                                                                                mundo de poesía y música, confi-                se miran en los portarretratos, para amarse y compren-  bollos de chocolate, bizcochos de araruta —pues no hay
                                                                                gurado en la faz de la mujer, en la             derse mudamente. El piano cerrado, con una larga tira  lugar más propicio de la casa materna para una buena
                                                                                faz del amigo y en la faz del pue-              de franela sobre las teclas, repite aún pasados valses, de  comida nocturna. Y porque una casa vieja tiene siempre
                                                                                blo.  Si  hubiese  tenido  tiempo  de           cuando las manos maternas necesitaban soñar.         una cucaracha que aparece y es muerta con una repug-
                                                                                correr  por  la  campiña,  su  cuerpo                                                                nancia que viene de lejos. Encima permanecen los guar-
                                                                                de  poeta-pájaro  lo  habría  cierta-           La casa materna es un espejo de otras, en pequeñas co-  dados antiguos, los libros que recuerdan la infancia, el
                                                                                mente  liberado  de  las  contingen-            sas que el mirar filial admiraba en el tiempo en que todo  pequeño oratorio frente al cual —ninguno que no sea la
                                                                                cias físicas y alzado vuelo hacia los           era bello; la licorera poco abundante, la bandeja triste,  figura materna sabe por qué— se quema a veces una vela
                                                                                espacios de adelante, pues tal era              el absurdo bibelo. Y tiene un corredor para la escucha,  votiva. Y la cama donde la figura paterna reposaba de su
                                                                                su ansia de vivir para poder cantar,            de cuyo techo por la noche pende una luz muerta, con  agitación diurna. Hoy, vacía.
                                                                                cada vez más lejos y cada vez me-               negras aberturas para cuartos llenos de sombras. En el
                                                                                jor, el amor, el gran amor que era              estante junto a la escalera hay un Tesoro de la Juventud  La imagen paterna persiste en el interior de la casa ma-
                                                                                en el sentimiento de permanencia                con el dorso pulido por el tacto y por el tiempo. Fue allí  terna. Su violón duerme arrimado junto a la vitrola. Su
                                                                                y sensación de eternidad.                       que el mirar filial primero vio la forma gráfica de algo  cuerpo como que se distingue aún en la vieja poltrona
                                                                                                                                que pasaría a ser para él la forma suprema de la belleza:  de la sala y como que se puede oír todavía el blando ron-
                                                                                Mas fueron apenas otros pájaros,                el verso.                                            quido de su siesta dominical. Ausente para siempre de la
                                                                                sus  hermanos,  que  volaron  asus-                                                                  casa materna, la figura paterna parece sumergida dulce-
                                                                                tados dentro de la luz de antes de              En la escalera hay el peldaño que cruje y anuncia a los  mente en la eternidad, mientras las manos maternas se
                                                                                amanecer, cuando los tiros del pe-              oídos maternos la presencia de los pasos filiales. Pues la  hacen más lentas y las manos filiales más unidas en torno
                                                                                lotón  de  la  muerte  sonaron  en  el          casa materna se divide en dos mundos: el térreo, donde  a la gran mesa, donde ya ahora vibran también voces in-
                                                                                silencio de la madrugada.                       se verifica la vida presente, y el de encima, donde vive  fantiles.



      10     EN POR T ADA | V inicius de Moraes, por Wilfr edo Carrizales                                                                                      EN POR T ADA | V inicius de Moraes, por Wilfr edo Carrizales             11
   5   6   7   8   9   10   11   12   13   14   15